A veces pienso que no elegí cultivar salvias, sino que fueron ellas las que decidieron. Cuando tuve mi primer jardín planté de todo sin ningún criterio. Me encantaba llegar de la oficina, agarrar la pala, meter las manos en la tierra y luego sentarme con el mate a contemplar las flores y el vuelo de los colibríes. Mucho de lo que planté murió, pero hubo una que floreció mucho, y resistió a las heladas, y a que nos fuéramos de vacaciones y nadie la regara, y a los perros, y a que le pasaran por encima con la máquina de cortar pasto. Era una salvia. Fui al vivero por más, conseguí dos y me pareció poco. En internet encontré que había muchas, qué si quería nativas, había; medicinales, también; con virtudes culinarias, también; poco riego, también; rojas, rosas, blancas, violetas, celestes, azules, púrpuras, lilas, fucsias. Descubrí que podía hacer un cantero entero de salvias.
Esto pasó hace más de veinte años. En este tiempo conseguí muchas salvias, cada una con su historia, a veces con sudor y lágrimas, a veces con tensa espera. Dejé la oficina, conseguí pasar cada día horas con las manos en la tierra. Ahora a veces me llaman paisajistas y me dicen algo así: Matías, necesito urgente una salvia de flores lilas o violeta, no más de un metro, pleno sol. Y entonces paso fotos, y explico lo poco o mucho que sé sobre esa planta, y dos semanas más tarde me acuerdo de que me olvidé de contarle de aquella que tenía guardada, o de la otra que todavía no floreció, o de la herbácea nativa que cultiva un amigo y está buenísima (y tiene flores lilas, y va a pleno sol).
Esta web es un intento para no olvidarme de ninguna planta. Las que tengo, las que voy a tener, las que se agotaron en esta temporada. Esta web tiene bastantes más plantas que salvias, y es que como le dije el otro día a una paisajista. Es hora de hacerme cargo de que tengo un vivero.
Matías Busch